Hoy en Memorias de Pez vamos a hacer un ejercicio de ciencia ficción o quizás no es tanta ficción. Para ello vamos a cruzar el charco o el estrecho de Panamá si nos ves desde Sudamérica y vamos a ubicarnos en el país del dólar. Habiendo pasado ya un buen tiempo desde el asalto al Capitolio, la población sigue muy polarizada y nosotros nos preguntamos a qué nos puede llevar esto. Hoy vamos a responder a una terrible pregunta. ¿Podría estallar otra guerra civil en Estados Unidos?
Vamos a hacer un breve recordatorio de lo que fue la última y única guerra civil de Estados Unidos. Para quien no se acuerde, este conflicto enfrentó a los Estados Unidos del Norte, la Unión, frente a los estados del sur, que se separaron del resto para formar los estados confederados. Las causas principales de la guerra fueron las diferencias de dos modelos económicos, claramente resaltadas en la esclavitud y en los derechos de cada estado. Como muchos sabéis, la elección de Lincoln como presidente en 1860 fue una de las razones principales para que los confederados se lanzasen al ataque. El resultado de todo este lío fue la victoria de la Unión, que contaba realmente con la fuerza industrial y demográfica del país. Todo terminó con la preservación de la unión y el fin de la esclavitud en los Estados Unidos. Esta guerra dejó profundas cicatrices en la nación que aún podemos ver a día de hoy y que incluso siguen trazadas en el mapa de Estados Unidos.
Pero bueno, en el presente ya no hay esclavos y las diferencias entre el sur y el norte del país se han reducido mucho. Entonces, ¿qué está pasando para que se nos haya ocurrido hacer esto? Pues lo cierto es que el tío Sam no está atravesando su mejor momento. De hecho, podemos decir que está pasando por uno de sus peores momentos, siempre teniendo en cuenta que hablamos de la gran potencia mundial. Claro. Y es que a pesar de que haya muchísimas empresas que suben como la espuma, de que un único estado tenga el quinto PIB más alto del planeta y de que el SP500 brille por sí solo, los indicadores económicos no son lo único que nos habla del futuro de un país o de cómo vive la gente allí.

Y aunque muchos lo penséis… no, Trump no es el culpable de todo esto. De hecho, parece que la aparición de este ser extravagante y populista es más una consecuencia que una causa del mal que asola a los States desde hace ya un tiempo. El asalto al Congreso por parte de los seguidores del magnate en el año 2021, una escena que parecía sacada de una película distópica, tiene sus raíces en las mismísimas bases de la política estadounidense. Por cierto, otra película distópica es la de Civil War, que ha hecho que muchos de nosotros nos pongamos a debatir sobre la posibilidad de que este evento tan chungo ocurra.
El estudio de Bárbara Walter

Lo cierto es que alguien ya había intentado explicar esto antes que nosotros y con mucho más esfuerzo. La politóloga Bárbara Walter identifica cuatro factores determinantes que preceden a las guerras civiles.
1. La aparición de la anocracia.
La aparición de la anocracia, que no significa que los políticos gobiernen como el culo, aunque de eso haya mucho. Digamos que una anocracia sería una mezcla de democracia con muchas injusticias y prácticas autoritarias. Dos, el faccionalismo o divisiones étnicas, religiosas o culturales. En resumen, la polarización. Tres, la pérdida del poder por parte de un grupo social. Y cuatro, la pérdida de la esperanza en el sistema tras procesos de cambio fallidos.
¿Ha ocurrido todo esto allí? Vamos a ver el primer factor, la anocracia. Me diréis, “Estados Unidos es claramente una democracia, ¿no?” Bueno, pues según el índice Polity IV, que se usa para medir el nivel de democracia/autocracia de los países, en 2015 Estados Unidos tenía un +10. Vamos, que era una democracia plena. En 2021, este mismo indicador puntúa a Estados Unidos con un +5. Este índice tiene en cuenta cosas como la separación de poderes, las restricciones al poder ejecutivo, la competitividad y la apertura en las elecciones. Y sí, ahora sí que podemos acordarnos de Trump.
2. La polarización
Según el CES, el número de grupos extremistas de derecha ha aumentado en un 50%, únicamente desde 2017 hasta 2021. En cuanto a la polarización electoral, sabemos que el porcentaje de votantes que ven al partido opuesto de manera muy desfavorable aumentó del 21% en 1994 al 58% en el año 2020. En prácticamente todos los temas que tocan de cerca la política estadounidense, la opinión se ha polarizado. Los proarmas son cada vez más proarmas, mientras que los que buscan la prohibición de estas cada vez tienen más clara su posición. Esto mismo pasa con el aborto, el cambio climático y con una infinidad de cosas.
Y es que en la década de los 90 los republicanos y demócratas mostraron mucho mayor grado de acuerdo. Para que os hagáis una idea, para los republicanos el cambio más significativo fue la idea de que el gobierno federal tiene demasiado poder, con un 39% de los republicanos de acuerdo con esa noción en 2002, frente a un 82% que estaban de acuerdo en 2016. En el bando demócrata, el mayor cambio fue la favorabilidad hacia Cuba, pasando del 32% en 2002 al 66% en 2017. En resumen, que la tensión entre los dos bloques principales del país ha crecido mucho.
Por cierto, en esto de la polarización también ha tenido mucho que ver el tema de las redes sociales. Por supuesto, esta no es nuestra opinión de cuñados. Hay numerosos estudios que confirman que esto es así. Os recomendamos veros el vídeo del canal de divulgación Kurzgesagt, que trata precisamente sobre este tema.
3. Pérdida del poder.
¿Qué grupo social ha perdido poder? Bueno, pues esta respuesta es clave: los hombres blancos, principalmente los trabajadores de la industria. Este grupo social fue el que le dio a Trump la victoria en el año 2016, los hombres del cinturón del óxido americano, un área que destaca por un empobrecimiento postindustrial que ha dejado a muchas familias blancas mucho peor que hace unas décadas. La llegada del feminismo, que ha hecho que estos hombres también pierdan privilegios, ha hecho que esta facción acumule un resentimiento creciente aupando a figuras como Trump con las que se sienten más identificados.
4. Pérdida de confianza en el sistema.
Mientras que los jóvenes y afroamericanos no se identifican con Biden y dan la espalda a los demócratas, los republicanos lo hacen de forma muy distinta. Y es que la negativa del expresidente Donald Trump a aceptar los resultados de las elecciones de 2020 y los subsecuentes intentos de varios estados para cambiar las leyes electorales han minado la integridad electoral. Según una encuesta, el 55% de los votantes republicanos creían que las elecciones de 2020 fueron robadas. Por otra parte, es especialmente notoria la desconfianza de los republicanos en el gobierno federal. Por esto hemos podido ver rifirrafes intensos hace no mucho con el tema de la inmigración en Texas. Por ejemplo, entre el gobernador y Washington.
Vamos, que la desconfianza en los políticos es evidente. El mismo FBI ha informado de un aumento en los incidentes de violencia política. La politóloga Bárbara Walter no ha sido la única en hablar de este tema. Peter Turchin es un zoólogo multidisciplinar que trabaja en cleodinámica, un campo que combina historia con varias ciencias sociales y usa grandes cantidades de datos históricos en modelos matemáticos para predecir el comportamiento de las sociedades. Sería un poco como el data science de la historia.
Hay que entender que dentro de este campo hay mucho margen de error y los mismos científicos lo tienen en cuenta. Aún así, con este margen de error, las conclusiones de Turchin son claras. Estados Unidos está iniciando un proceso turbulento que puede llevar a su implosión, una implosión que puede que ya esté ocurriendo y que puede tener varios síntomas observables. Para Turchin, la inminente crisis de los Estados Unidos, y cualquier crisis siguiendo su modelo, se debe a dos factores principales: la pauperización del pueblo, es decir, su empobrecimiento y el deterioro de sus condiciones de vida, y la sobreproducción de élites, cuando hay demasiadas personas compitiendo por un número limitado de posiciones de poder. Esto genera conflictos internos y una insatisfacción entre aquellos que no logran alcanzar estas posiciones.
Pero bueno, que estos dos factores se resumen muy claramente en una única palabra: desigualdad.

Y es que Estados Unidos tiene un coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, altísimo para ser un país desarrollado. La deuda promedio de las tarjetas de crédito por hogar era de $6,270 en 2021, y en 2020 más de medio millón de personas estaban sin hogar. La crisis del fentanilo se ha cebado con los más desfavorecidos y como os hemos comentado, la percepción de la clase trabajadora del cinturón de óxido es que ha perdido mucha calidad de vida.
La esperanza de vida de Estados Unidos es preocupantemente baja para un país desarrollado y más preocupante aún para la que se supone como la principal potencia del bloque occidental de las democracias. Una cosa aún peor, la esperanza de vida no sube. Ha bajado varios puntos en los últimos años debido a su deficiente sistema sanitario, las drogas, los homicidios y la gestión del COVID. Vamos, que en el país de la libertad eres libre si te toca nacer en un pequeño porcentaje de la población.

Sin embargo, las élites han crecido, mientras que el número de multimillonarios no ha dejado de aumentar en las últimas décadas. Hay una enorme cantidad de universitarios luchando por encontrar la puerta a ese ansiado ascensor económico. La saturación de profesionales altamente cualificados ha llevado a una mayor competencia por puestos de trabajo de alto nivel. El número de personas con títulos avanzados, es decir, másters y doctorados, se ha triplicado desde 1970, llegando a más de 21 millones en el año 2020.
Causas que podrían iniciar un conflicto
Y después de esta catarata de datos, resumimos todas las causas que podrían llevar al inicio de un conflicto en Estados Unidos:
- El empobrecimiento del pueblo.
- La sobreproducción de las élites.
- El empeoramiento de la calidad democrática.
- La polarización política, racial y religiosa.
- La pérdida de poder de la clase blanca trabajadora.
- La desconfianza en el sistema.
- La violencia estructural y la falta de seguridad.
- La falta de cohesión nacional.
- La proliferación de las armas de fuego.
Como dijo Viggo Mortensen, nuestro querido Aragorn, no hace tanto: Estados Unidos vive el peor momento de tensión desde la guerra civil, y esto tiene que parar.
Baja esperanza de vida
En Estados Unidos, a diferencia de la mayoría de países desarrollados, la esperanza de vida lleva bajando desde hace unos años, concretamente desde la pandemia del COVID-19. Evidentemente, tiene que haber una explicación. Además, los ciudadanos estadounidenses tienen una menor esperanza de vida que los de países comparables. Así que si queréis saber por qué ocurre esto, quedaos hasta el final del vídeo.
Vamos a ir punto por punto, porque ya os adelantamos que no hay un único factor detrás de esta bajada en la esperanza de vida, sino varios. Y no solo vamos a ver por qué ha bajado, sino también por qué es tan baja en comparación con otros países desarrollados.
- Primero, el aumento exagerado de muertes por sobredosis, especialmente por fentanilo. Se estima que hay más de 2 millones de adictos en el país. Las muertes por sobredosis aumentaron un 16% de 2020 a 2021. Solo en ese último año, murieron más de 100.000 personas por sobredosis, más que el total de bajas estadounidenses en Vietnam y Afganistán juntas. Aunque parece que ahora comienzan a bajar, el impacto ha sido devastador.
- Segundo, la obesidad. Más del 70% de los estadounidenses tiene sobrepeso y un 36% es obeso. Este factor agrava enfermedades cardiovasculares, diabetes, cánceres y accidentes cerebrovasculares. Mientras que otros países han mejorado sus hábitos alimenticios, en EE. UU. esto sigue siendo una asignatura pendiente.
- Tercero, el tabaquismo. Aunque ahora ha descendido, durante décadas Estados Unidos tuvo tasas altísimas de fumadores, sobre todo entre los años 60 y 80. Las consecuencias se reflejan hoy: muchas personas que fumaban entonces están ahora en la edad crítica.
- Cuarto, los homicidios. Estados Unidos tiene una de las tasas más altas de homicidios entre países desarrollados. Aunque no es el factor más determinante, afecta especialmente a personas jóvenes, lo que reduce significativamente la esperanza de vida promedio.
- Quinto, los accidentes de tráfico. La tasa en EE. UU. es muchísimo más alta que en países europeos. Por ejemplo, mueren 10 de cada 100.000 personas en las carreteras, casi tres veces más que en España.
- Ahora bien, si hablamos del factor más importante, la gran diferencia entre Estados Unidos y otros países ricos es la desigualdad. Aunque el ingreso promedio es alto, los estadounidenses más pobres tienen ingresos más bajos que los de otros países ricos. Y eso afecta directamente a su salud.
- La mortalidad infantil, por ejemplo, es más alta en EE. UU. que en la mayoría de países desarrollados. Es un dato clave, porque impacta muchísimo en la media de esperanza de vida. Esta mayor mortalidad infantil se da, sobre todo, entre los grupos más pobres. Lo mismo ocurre con la mortalidad materna, que también está en aumento.
- Además, la diferencia de esperanza de vida entre ricos y pobres es abismal: el 1% más rico vive 14 años más que el 1% más pobre. Y todo esto está profundamente relacionado con el acceso al sistema sanitario.
- Estados Unidos no tiene un sistema de sanidad universal. ¿Quiénes se quedan fuera? Justamente los grupos más desfavorecidos. Mientras que la esperanza de vida de los estadounidenses blancos cayó 2,4 años, para los negros e hispanos bajó más de 4 años.
Hagamos un ejercicio de reflexión: el abuso de drogas, la obesidad, el tabaquismo, los homicidios… ¿Qué tienen en común? Que están íntimamente ligados a situaciones de pobreza. La falta de recursos lleva a una vida más precaria, con más riesgo de enfermedades, violencia y adicciones.
Muchas personas creen que el problema es la inmigración, pero el verdadero problema es la pobreza. Cuando analizamos los mapas de desigualdad económica y esperanza de vida, vemos que se parecen demasiado: donde hay más desigualdad, hay menos esperanza de vida.
Y si a eso le sumamos un sistema sanitario inaccesible para buena parte de la población, con escasa política de prevención, tenemos el cóctel perfecto.

Conclusión: mientras otros países desarrollados tenían sistemas sanitarios más robustos para afrontar la pandemia, el sistema estadounidense colapsó y evidenció todas sus carencias. La pandemia fue el golpe final, pero el problema venía de antes. La desigualdad estructural y la falta de acceso a sanidad son los grandes responsables de la bajada en la esperanza de vida en Estados Unidos.